El ahorro no es más que la diferencia entre lo que ganas y lo que gastas. El mundo está lleno de expertos que tienen la clave para hacerte “ganar más”, pero pocos te enseñan la importancia de gastar menos.
Querer vivir con menos no significa tener poca ambición, sino ser consciente de que el dinero solo resuelve problemas de dinero. Nada más.
Esto es de sentido común. Sin embargo, en ocasiones nuestro gasto trata de solucionar problemas que el dinero no puede resolver, en particular, problemas relacionados con el ego o la inseguridad.
Tu forma de entender el gasto es única y personal. No existe una base científica. Desde mi punto de vista, el gasto se puede separar en tres categorías: necesidades, comodidades y ego.

Necesidades: Cubren los gastos básicos para sobrevivir en tu día a día, como comida, agua y electricidad.
Comodidades: Son esos gastos que te ofrecen experiencias, ya sean unas vacaciones en familia o pequeños placeres, como un café. También incluyen productos que hacen tu vida un poco más fácil, como un smartphone o una lavadora.
Ego: Son aquellos que se hacen pasar por “comodidades”, pero que en el fondo, tratan de proyectar una imagen de éxito hacia los demás. El estatus social y la jerarquía siempre han sido importantes para el ser humano, y sería ingenuo pensar que estos impulsos no influyen en nuestro gasto.
Recuerda que estas categorías son totalmente subjetivas y es posible que unos consideren comodidad lo que otros ven como ego. Lo que importa es reconocer la diferencia en el gasto de uno mismo.
¿Cómo se hace esto? Para empezar, siendo honesto. Solo tú sabes cómo te hace sentir un producto, pero por lo general, aquellos que usas ante los demás son los más susceptibles al ego.
Los productos que compras te ofrecen utilidad. Esto significa que, de una forma u otra, mejoran tu vida. Mientras que unos productos te ofrecen utilidad tangible (como un colchón), otros te ofrecen utilidad intangible o social. El precio de un Rolex, por ejemplo, no se justifica por su capacidad para medir el tiempo, sino por su utilidad en términos de estatus.

Aquellos productos que ofrecen una utilidad principalmente social se conocen como bienes aspiracionales. Estos suelen ser percibidos como símbolos de éxito y siempre han existido. Darse un capricho para satisfacer el ego no tiene nada de malo, siempre y cuando se haga de forma controlada.
Cuando sospecho que un gasto puede ser producto del ego, intento contestar (honestamente) a estas preguntas:
1) ¿Me lo puedo permitir?
Es esencial tener un presupuesto que te permita controlar tus gastos. Si eres capaz de cubir tus necesidades básicas, cuidar de tu familia, saldar tus deudas y ahorrar para tu futuro de acuerdo a tu plan financiero, lo que hagas con el resto de tu dinero no debería importarle a nadie.
2) ¿Es este un gasto que me acerca a mis objetivos?
Los “gastos de ego” representan un intercambio donde entregas una parte de tu libertad financiera en el futuro (tus ahorros) a cambio de mejorar tu estatus social en el presente.

Pero, ¿y si mejorar tu estatus pudiera acercarte a tus objetivos? Este podría ser el caso de un creador de contenido que compra marcas de diseño, o un joven consultor que viste trajes de alta costura para mejorar su imagen y conseguir un ascenso.
Cada persona traza un camino distinto en la vida. El problema es que a menudo confundimos el objetivo de los demás por el nuestro, asumiendo gastos que carecen de sentido.
3) ¿Qué es lo que estoy comprando realmente?
La cruda realidad es que los gastos de ego a menudo esconden inseguridades, y tratan de solucionar problemas que el dinero no puede resolver.
A todos nos gusta alimentar nuestro ego de vez en cuando. El problema es creer que una situación puntual, una prenda de diseño o un coche de alta gama cambian quien realmente eres. Es así como el gasto puede convertirse en una adicción sin límites.
La tentación existe para todos los bolsillos. Si tienes un reloj de 100 euros, puedes aspirar a uno de 500. Mientras que si tienes uno de 500, aspiras a uno de 2.000. Y así sucesivamente, hasta llegar a millones de euros. En el ámbito del ego, los precios crecen de forma exponencial.

Los gastos de ego no tienen un límite natural, como es el caso de los productos que ofrecen beneficios tangibles (ya sea saciar la sed o el hambre). Sin embargo, sentirse querido, admirado, o importante es un deseo mucho más complejo y, tal vez, imposible de saciar con dinero. Tu disciplina es la única forma de limitar los gastos de ego.




